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RELATO DE 3 RESIDENTES DE PARQUE GAVILANES EN TOLEDO – ISENSI

RELATO DE 3 RESIDENTES DE PARQUE GAVILANES EN TOLEDO

Hola, somos Manuel, Benito y Rafa, residentes en Parque Gavilanes en Toledo, y a continuación os contamos cómo hemos vivido esta pandemia desde la residencia.  

Todo nuestro miedo empezó hacia principios de marzo, cuando escuchamos en las noticias que el virus que había desolado China, estaba en Italia, en el norte. Ahí nos dimos cuenta de que en breves llegaría a España.  

A los pocos días, el día 12 de marzo, exactamente, nos dijeron que no íbamos a recibir la visita de familiares hasta que esto no pasara. Al principio pensábamos que serían unos días pero a día 26 de mayo seguimos luchando contra la enfermedad todos juntos.  

Empezaron a cambiar nuestras rutinas en la residencia: las visitas de nuestros familiares y amigos, es lo que más nos ha costado y nos sigue costando de “superar”; se quitaron las actividades grupales como fisioterapia, terapia, salidas al centro comercial y a los museos, etc.; las comidas en el comedor con nuestros compañeros, el bingo de las tardes… 

El miedo cambió a pánico cuando escuchamos en el Telediario que este virus afectaba sobre todo a personas mayores y, que en Madrid, estaban muriendo muchas personas en las residencias; y dada la distancia entre Madrid y Toledo de unos 65 kilómetros, aproximadamente, sabíamos que en unos días estaría por aquí.  Y así fue, al día siguiente comenzaron a cambiar a compañeros de habitaciones, los trabajadores empezaron a llevar mascarillas y guantes durante todo el turno, y a estar un poco desesperados por lo que podía pasar, se notaba en el ambiente y ya no nos dejaron salir de la habitación.  Eso significaba estar 24 horas con tu compañero de habitación (quien lo tuviera), viviendo entre cuatro paredes y sin saber durante cuánto tiempo estaríamos así.

Esos días en los que estábamos encerrados en la habitación sin poder salir se hacían duros viendo pasar las horas sentado delante de una ventana porque la televisión daba terror encenderla por los titulares que daban todos los programas de televisión.  

Llegó el día de nuestro cambio, empezamos a tener posibles síntomas del Covid-19, pero mientras esto pasaba, los trabajadores no nos dijeron nada por nuestro bien.  Y,  menos mal, porqué sino hubiéramos dado más vueltas a la cabeza de lo necesario. Pasaron los días y se notaba la ausencia de los familiares y amigos por la residencia, el comer todos juntos en el comedor, salir a pasear por la calle, en resumen, hacer nuestra anterior rutina.  

El desayuno, la comida y la cena no eran lo mismo, no podíamos comentar qué tal estábamos, ni las cosas que nuevas que nos habían pasado, porque tristemente, no había nada nuevo, simplemente otro día más con la incertidumbre de qué pasaría hoy. No sabíamos todavía por qué estábamos en esa segunda planta. 

Un día, nos despertamos y algo cambió. Nos vinieron a hacer las pruebas del Covid. Consistía según nos explicaron en un pinchazo en el dedo, así de simple, cogían un poco de sangre y en 15 – 20 minutos sabríamos si estaba el virus en nosotros o no.  

Los tres dimos positivo y ya entendimos todo. Por la seguridad de nuestros compañeros, nos llevaron para evitar contagiárselo.  Nuestros pensamientos cambiaron pero no por nosotros, porque nos encontrábamos bien, sino por nuestra familia, por no vernos ni saber cómo estábamos de verdad. Cuando les informaron se pusieron en lo peor y por muchas palabras que les dijéramos para consolarles no les bastaban.  Ellos han sufrido y siguen sufriendo más que nosotros por no poder acompañarnos ni poder vernos, y sobre todo, aunque estamos sanos al 

98% siguen pensando que si te pasa algo no tendrás a tu familia al lado.  

Los días se hacen algo más amenos cuando toca la videollamada con tu hij@, con tus herman@s, con tus sobrin@s… La verdad que las tecnologías en los tiempos que corren unen a muchas familias a pesar de la distancia, parece que les sientes cerca. 

Hoy, y desde hace días, podemos salir a la terraza de la residencia en pequeños grupos. Salimos a estirar un poco las piernas, a tomar el fresco, a charlar con nuestros amigos y compañeros, ahora de batalla, y compartir las vivencias de esta enfermedad porque, aunque la llaman la enfermedad de la soledad, sabemos que nosotros no estamos solos. Estamos con todos los trabajadores que nos apoyan día a día y con nuestras familias desde casa, llamando cada día para ver cómo estamos. 

Hemos aprendido a ser más pacientes y más humanos, no significa que antes no lo fuéramos; a ser más respetuosos por los demás porque lo que no quieres para ti, no lo quieras para nadie.  

De este confinamiento y aislamiento, yo, Rafa, lo que peor he vivido ha sido ver cómo nos servían la comida en bandejas como las de la mili porque en parte, nos hacía recordar el trato que algunos tuvimos; aunque a día de hoy, se sigue haciendo igual entendemos que es por nuestra seguridad y nos tenemos que adaptar a ello. 

Yo, Benito, soy fumador, y lo peor ha sido estar un mes sin fumar. De hecho, dije que hasta que no me fumara un cigarro no me cortaba ni el pelo ni la barba y así ha sido. Pero que conste que me lo cuidaba.  

A mí, Manuel, este confinamiento me ha servido para leer correspondencia que tenía desde hace años y recordar las cosas bonitas que nos ha dado la vida, desde la familia de sangre, amistades y a los que a día de hoy se han convertido en nuestra familia, y estoy aprendiendo cosas con los programas escolares que ponen en la televisión. No queda otra.  

Con este relato, queremos dar las gracias a la residencia, a todos los trabajadores, tanto dirección, personal de asistencia, limpieza, lavandería, cocina, etc., por las medidas preventivas y de protección que tomaron desde un principio, y hacer mención especial a nuestros compañeros y amigos que no han podido superar esta enfermedad.  

                                                                        Rafael de la C., Manuel O. y Benito G.  

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