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Lo que el COVID-19 nos enseñó sobre el amor – ISENSI

Lo que el COVID-19 nos enseñó sobre el amor

Nunca imaginamos, recién comenzado el mes de marzo, que el invierno se despediría siendo el principio de una gran pesadilla, de un desierto sin oasis, de un mar con el horizonte oscurecido, de un túnel apagado, de un laberinto sin aparente salida, de una historia interminable. El temido Coronavirus acechaba su presa, y ante su amenaza, la primera medida de prevención que adoptamos, como en muchos otros centros, fue la restricción de visitas familiares.  

Desde aquel momento, todo transcurrió muy deprisa: reducción de actividades y grupos, hidrogel en cada esquina, lavado de manos constante, aumento de distancias… El aislamiento de cada uno de nuestros mayores en su habitación nos encalló en un puerto desconocido. En cuestión de 24 horas estaban con el miedo, la incertidumbre, el dolor, el sinsentido, el terror, corriendo por sus venas. Muchas dudas en la punta de sus lenguas, y pocas certezas en nuestras respuestas. Paulo Coelho escribió en “A orillas del río Piedra me senté y lloré”, que el amor nos da la fuerza para tareas imposibles; y a nuestros queridos residentes, el amor les dio la fuerza de aceptar el confinamiento doble, de “supervivir” este tiempo alejados de las personas que más quieren y que más les quieren, de resistirse a achuchar y a besar a los profesionales en cada visita. Les dio la fuerza para mantener viva su gran esperanza: el reencuentro con sus hijos, nietos, hermanos, parejas…. Delante de su miedo muchas veces nos ponían sus recuerdos de otras guerras, de otras pérdidas, de otras batallas que parecían el final… y no lo fueron.  

Hemos “supervivido” a momentos muy complicados, muy difíciles. Despedidas injustas, tristes, inesperadas, repentinas… precisamente el decorado cada día era más desolador: salones mudos y butacas vacías, comedores faltos de ese encuentro social con el otro, pasillos emperchados con EPIS… puertas cerradas. Muchas líneas rojas. Demasiadas. Y, como sacados de otro planeta, de otra vida, de otra galaxia o universo… nos adentramos y recorrimos este paisaje reaprendiendo a cuidar a nuestros residentes, reaprendiendo a cuidar a los familiares, reaprendiendo a cuidar a cada compañero. Porque el amor nos da la fuerza para tareas imposibles: para cantar las últimas “violeteras” a nuestras abuelas antes de que nos digan adiós, para sostener el valor de una vida en nuestras manos, para acompañar al familiar en su camino de duelo. Para, simplemente, estar, y ser familia, refugio, hogar, de nuestras personas mayores que se merecen todo. Y es que nuestros residentes, también son para nosotros, familia.  

Cambió la vivencia del tiempo: antes, vivíamos corriendo pensando que teníamos todo el tiempo del mundo; ahora, vivimos más pausados sabiendo que el mañana es incierto. Sin embargo, nunca hemos sido tan “prontos” al apoyarnos, al escucharnos. Vivimos más pausados porque vamos degustando las pequeñas alegrías que se asoman en nuestra jornada: porque aquellas alegrías que experimentamos en los momentos de cruz, son las más profundas. Alegrías en las Videollamadas, durante las actividades en el pasillo o en el solárium, tomando la temperatura o la saturación, llevándoles la comida cual camareros de cine, o desentonando un cumpleaños feliz. Alegrías lanzando besos a metro y medio de distancia. Alegrías por resultados negativos tan anhelados.  

Poder “supervivir” acompañados de un equipo con un objetivo claro: cuidar, y un medio unificado: con amor, nos ha permitido resurgir de nuestras caídas, de nuestros miedos; poniendo siempre en el horizonte los nombres de nuestros abuelos y sus familiares. 

Y el amor no sólo se sentía dentro del centro. Descubrimos, saliendo al patio a las ocho, que su radio abarcaba la vecindad tricantina. Ésa, que parecía antes tan lejana y ajena a nuestras vidas, se convirtió en verdadero pilar para toda la residencia. Sus colores, sus cantos y su esperanza, han transmitido y alimentado nuestra confianza en los días más grises y oscuros de primavera.  

Ya no vemos tan interminable esta historia, ni tantos espejismos en el desierto, ni tanta oscuridad en el túnel, ni tanto naufragio sin isla, ni tantos caminos sin salida. Nos gusta pensar que no estamos “superando” el confinamiento como quien consigue algo y se olvida; sino que lo estamos “integrando” en nuestra historia personal. Para que, algún día, nuestros nietos puedan escuchar relatos de esperanza. Para que, algún día, recordemos que la ansiada vacuna nos salvó en última instancia, pero que en el día a día nos estuvo salvando el amor. Para que, así como el gusano tuvo que encerrarse y ocultarse en la crisálida para un buen día alcanzar el soñado cielo; así nosotros salgamos del confinamiento sobrevolando rostros amados. Para que nuestros colores y aleteos se irradien en un mundo que pide a gritos ese amor, capaz de hacer de lo imposible una realidad.  

Clara Martínez 

Terapeuta Ocupacional 

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