Los grandes beneficios de los baños terapéuticos, que hoy denominamos hidroterapia, se han conocido y valorado desde hace siglos. Los ciudadanos del imperio romano los convirtieron en una práctica habitual entre los siglos V a.C y V d.C. Una terapia revitalizante y relajante que pueden disfrutar todos los usuarios de la cabina Lucia de ISENSI.
Los baños terapéuticos en la Grecia clásica
Los griegos influyeron de forma decisiva en que los romanos desarrollaran el gusto por la terapia acuática. Todo empezó con los baños privados, un lujo que solo las clases más ricas podían permitirse, pero no pasó mucho tiempo antes de que se abrieran balnearios para el público en general.
Originalmente, la gente se sumergía en agua por la misma razón por la que nos damos una ducha hoy en día: para mantener su cuerpo limpio. Sin embargo, esa visión se amplió en el siglo V a.C, sobre todo gracias a las contribuciones de Hipócrates. Este médico consideraba que todas las enfermedades eran el resultado de un desequilibrio en los fluidos corporales. Con el fin de lograr el balance correcto y disfrutar de una buena salud, dio una serie de recomendaciones que incluían tomar baños fríos regulares.
La terapia acuática durante el auge del Imperio Romano
La historia señala que una vez que Grecia se integró completamente en el Imperio Romano (en el siglo II a. C.), se comenzaron a construir baños públicos por el territorio de la actual Europa Occidental, Asia Menor, el norte de África y parte del Cercano Oriente1.
Como los primeros balnearios de Roma obtenían agua de los pozos, ésta era fría. Pero la aparición del hipocausto (sistema de calefacción del suelo), hizo posible la construcción de baños de agua tibia, que décadas después llegarían a conocerse como termas (palabra procedente del griego thermos que significa «caliente»).
Otro hito importante en la historia de los baños romanos tiene que ver con su iluminación. Al principio, se construían al interior de edificios con ventanas pequeñas para evitar que el calor se dispersara. Pero la instalación de ventanas de cristal y el uso de placas cerámicas que permitían el paso del aire caliente los convirtió en espacios luminosos.
A finales del siglo I a. C., ya había unos doscientos baños de agua caliente en Roma, y para el siglo IV, más de ochocientos. Fue tal su auge en esta civilización, que incluso las urbes pequeñas tenían uno o más. Tal es el caso de la antigua Timgad, que contaba con ocho, a pesar de que su población era de tan solo cinco mil habitantes.
Ahora bien, con el paso de los siglos, los baños de Roma se convirtieron en centros donde realizar prácticas sexuales2, lo que contribuyó a que cayeran en descrédito después de la caída del Imperio romano y la instauración del cristianismo de Estado.
¿Qué beneficios le atribuían los romanos a los baños públicos?
Los romanos también estaban al tanto de las aportaciones terapéuticas de los baños. Así lo atestigua la historia. Por ejemplo, los médicos Asclepíades de Bitinia y Galeno de Pérgamo, y el escritor naturalista Plinio el Viejo, creían que el agua podía utilizarse en la prevención o curación de ciertas enfermedades.
Por su parte, los soldados romanos solían acudir a las termas con el fin de recuperarse de las heridas sufridas en batalla. Al mismo tiempo, los baños públicos de Roma se consideraban espacios de relajación, algo similar a los spas modernos. En muchos de ellos, se ofrecían masajes con aceites y otros productos.
Estos balnearios también tenían una gran relevancia como centros sociales. Las más grandes podían albergar cientos de personas, como ocurría con el complejo termario de Caracalla (construido alrededor del 217 d. C.), con capacidad para mil seiscientos visitantes.
Las termas llegaron a ser escenario de animados banquetes entre amigos e importantes foros para los políticos que buscaban apoyo para sus proyectos. Pero los romanos fueron más allá, y las transformaron en destacados centros culturales. Las más grandes poseían salas de lectura de poesías, biblioteca y exposiciones de esculturas3.
La hidroterapia en la actualidad
En las últimas décadas, la terapia acuática ha recuperado el terreno perdido, y ya no solo en ciertas regiones del mundo, sino a nivel global.
Esta terapia tiene cada vez más adeptos entre los deportistas y las personas de la tercera edad, y es una alternativa disponible en spas, clínicas de fisioterapia y rehabilitación, centros wellness y residencias de ancianos. Tales establecimientos disponen de piscinas y bañeras equipadas con lo necesario para ofrecer este tratamiento.
Recientemente, ha salido al mercado un equipo innovador, especialmente diseñado para los adultos mayores. Se trata de la cabina de hidroterapia LUCIA, un todo en uno que combina los beneficios de la terapia acuática, la aromaterapia y el masaje capilar, al tiempo que crea una atmósfera perfecta para la relajación gracias a su iluminación cromática y su sonido envolvente.
Es verdad que todavía no se comprenden del todo las ventajas de someter el cuerpo a la presión del agua a diferentes temperaturas. Pero a día de hoy, es un hecho comprobado que los baños regulares contribuyen a reducir los dolores musculares4, mejoran la circulación y tienen un efecto relajante en los paciente que sufren de estrés y ansiedad5.
El apoyo de los profesionales de la salud y el mayor interés de la gente por el estilo de vida wellness constituyen un claro indicativo de que la terapia acuática ha llegado (o más bien, regresado) para quedarse.
Referencias
1. Bouet, A. (septiembre/octubre de 2007) Thermes et pratique balnéaire en Gaule romaine, Les dossiers d’Archéologie, número 323.
2. Croutier A. L. (1992) Taking the waters: spirit, art, sensuality. Nueva York: Abbeville Publishing Group.
3. Fagan, G. G. (2002). Bathing in Public in the Roman World. University of Michigan Press.
4. Vaile, J. (3 de noviembre de 2007). Effect of hydrotherapy on the signs and symptoms of delayed onset muscle soreness. Recuperado de https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/17978833/
5. Dubois, O. (6 de enero de 2010). Balneotherapy versus paroxetine in the treatment of generalized anxiety disorder. Recuperado de https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/20178872/